VISITA A LAS CABALLERIZAS

Siendo el duque un gran aficionado a los caballos, no es de extrañar que fuese invitado a visitar las caballerizas reales, adonde se dirigió con su séquito al salir de la Catedral. Ciertamente desdeñoso resulta el juicio que les mereció a aquellos caballeros el Palacio Episcopal y el Alcázar, entonces Palacio y Cárcel de la Inquisición, tildados por Magalotti en su crónica de “edificios vulgarísimos”. Pero debemos ser comprensivos con el nivel de exigencia estética de unas personas cuyo gusto había sido formado al contacto con las obras de Brunelleschi, Michelozzo, Miguel Angel y Vasari.
Atravesaron también el Campo Santo de los Mártires, interesándose por la tradición que sitúa en este lugar el martirio de varios santos cordobeses. Además del monumento dedicado por Ambrosio de Morales a la memoria de San Eulogio, vieron varias cruces de mármol, que desde 1634 sustituían a las antiguas de madera. De éstas últimas decía la leyenda que en una noche habían descendido del cielo; lo cierto es que en 1633 quedaron destrozadas por el gentío que acudió en Cuaresma a oír cantar un Miserere, siendo después reemplazadas por cruces de piedra, ofrecidas por muchas personas devotas.



En la puerta de las Caballerizas fue el duque recibido por el Caballerizo mayor, Don Fernando de Narváez y Saavedra, destacado hidalgo cordobés que había ocupado un puesto entre los caballeros veinticuatro. También acudió a postrarse ante Su Alteza don Antonio de Ojeda, otro caballero, el cual montó ante el duque tres caballos sin llevar la capa corta o ferreruelo, lo que según nos informa Magalotti, era la distinción que se hacía al cabalgar ante miembros de la realeza. Por su parte, la crónica Corsini se refiere con entusiasmo a los muchos caballos montados por el caballerizo y sus muchachos, cuya destreza al maniobrar causó admiración entre los italianos.


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