CONCIERTO EN SANTA INES

Los conventos cordobeses que el devoto príncipe quiso honrar con su presencia fueron el de San Agustín, donde fue recibido al son de campanas por toda la comunidad de frailes, y el de monjas clarisas de Santa Inés. A éste último acudió el día 10, después de comer, para disfrutar de un concierto celebrado en su honor, pues la música que allí se interpretaba tenía fama de ser la mejor de Córdoba. Delante del coro se había dispuesto un estrado con un sillón de terciopelo rojo para el duque y una serie de bancos para su comitiva. Magalotti hace notar que la abadesa se hallaba delante de las gradas, en medio de dos monjas que estaban sentadas sobre cojines en el suelo del estrado. Es curioso cómo esta costumbre, heredada por las mujeres españolas de la cultura árabe, se mantenía incluso entre los muros del convento.

El concierto duró toda la tarde, hasta por la noche. El coro estaba compuesto por veinte monjas, las mejores cantantes en una comunidad de aproximadamente cincuenta. Entre ellas, los cronistas han preservado el nombre de dos excelentes solistas: Doña Magdalena de Rivera y doña Ana de Maldonado.
El comentario sobre la interpretación denota la cultura musical de los cronistas italianos y su familiaridad con los estilos musicales en boga en su época. Así, nos informan de que, a diferencia de lo que era habitual en Italia, las monjas españolas cultivaban un timbre nasal, impostando la voz en una emisión “de cabeza” (lo que ellos curiosamente llaman “cantar con la nariz”) Entre los instrumentos, nombran seis arpas, órganos, violines, pífanos, tres fagotes, un bajo de viola (probablemente un contrabajo) y muchas guitarras. Se trata de una formación instrumental bastante alejada de la que suele darse por buena en la reconstrucción que actualmente se hace de la música conventual de esa época. Tal vez los especialistas debieran prestar más atención a esta valiosísima descripción de una velada musical en un convento cordobés.

En cuanto al repertorio, no parece que fuera especialmente solemne, pues nos hablan de “madrigales y cancioncillas bellísimas, una de las cuales llamada modi nuovi acostumbra a cantarse en la Noche de Navidad”, e incluso de una niña de seis años (probablemente una oblata) que cantó con singular gracia, acompañándose con la guitarra.

Por último cabe destacar la desenvoltura con que estos gentileshombres se refieren a las dos monjas solistas ya mencionadas como “bellísimas, jóvenes y graciosas”. Y teniendo en cuenta la triste impresión que, como veremos, les causó el modo de vida de las mujeres cordobesas, tan recogido y apartado del trato con otros caballeros fuera de sus familiares directos, resulta notable su referencia a las dos horas que el duque pasó “muy alegremente, por ser las monjas graciosas y agudas en todo, ya que tienen la oportunidad de cultivar su espíritu conversando con los caballeros que visitan ese monasterio.” Ello nos hace pensar que la falta de libertad que padecían las casadas no se dirigía tanto a defender su virtud como a poner la “honra” del marido a salvo de la maledicencia. Afortunadamente las monjas habían elegido un Esposo a cubierto de toda murmuración, de manera que, como la propia Santa Teresa, comparando su situación con la de su hermana casada, había dicho, para una mujer existía más libertad tras los muros de un convento que fuera.
Finalmente, el duque mandó que les regalaran a las monjas treinta doblones, y después de haber dado las gracias a las madres, se despidió.”

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