LLEGADA A CORDOBA



En ningún lugar de su recorrido por la Península fue el duque recibido con mayor entusiasmo que en Córdoba. Siete carrozas llenas de nobles acompañaron al corregidor, Don Cristóbal Núñez y Escobar, a esperar su llegada a mitad de camino entre Córdoba y Alcolea. Cuando vieron que se aproximaba la calesa ducal, los nobles descendieron para presentar sus respetos a pie y lo mismo hizo Su Alteza, con su acostumbrada cortesía y generosidad. Después, todo el cortejo continuó camino de Córdoba, mientras otras carrozas se les iban juntando, de modo que al atravesar las puertas de la ciudad, no menos de catorce carruajes acompañaban al heredero de la Toscana, en medio de los vítores del gentío que, desde una legua antes, se agolpaba a ambos lados del camino.
Quiso el duque hospedarse en el convento de San Pedro, de los padres franciscanos, donde se había congregado una multitud ávida de contemplar a tan ilustre señor y su séquito. Dice el cronista que apenas bastaba la fuerza de cien frailes para contener a la gente y evitar que traspasara los límites de la clausura. Aquella tarde, los elegantes cortesanos florentinos debieron asombrarse mucho ante aquel delirio que, según cuenta el marqués de Corsini, les hacía difícil incluso caminar por el convento.
Cuando finalmente el duque consiguió llegar hasta sus habitaciones, hizo que pasaran el corregidor y los nobles que le habían acompañado a su llegada. A éstos fueron añadiéndose otros, de manera que, dice Magalotti, “pocos quedaron en la ciudad sin inclinársele.” Entonces comenzó la audiencia a las distintas corporaciones de la ciudad, que duró hasta la hora en que el duque acostumbraba a retirarse. También se le hizo saber que, por orden de la Reina Gobernadora, se había preparado una corrida de toros en su honor, que tendría lugar a principios de la semana siguiente, dándosele a elegir entre el lunes y el miércoles, puesto que el martes (“ni te cases ni te embarques”) era considerado día de mal agüero, superstición que los ilustrados florentinos, detrás de su elaborada cortesía, no dejaron de notar con disimulado desdén. 






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